Construir un hogar con haces de luz me lleva a dar forma a nuestras oscuridades
“La sombra produce la enfermedad, y el encararse con la sombra cura… Un síntoma siempre es una parte de sombra que se ha introducido en la materia… Por lo tanto, el síntoma completa al hombre, es el sucedáneo físico de aquello que falta en el alma.” T. Dethlefsen y R. Dalhke: La enfermedad como camino

Apariencias es un conjunto de instalaciones hechas con haces de luz que circulan por los espacios vacíos del museo, recrean los distintas estancias de una casa donde proyectores, cables y objetos conviven con sus sombras que se comportan distintamente a los objetos que las producen, re-creando el mundo proyectivo de nuestra psique.
Apariencias pudo verse por completo por primera vez en 2001 en Witte de With (Rotterdam) y en la Fundació A. Tàpies (Barcelona), años después de crear y exhibir una a una las instalaciones que la componen en numerosas exposiciones colectivas y Bienales internacionales. Se editó un catálogo y un video. Posteriormente se instaló en el Museo Reina Sofía (Madrid, 2009).
El objetivo de mi trabajo a partir de 1990 es hacer visible la luz. El uso obligado de fuentes artificiales de luz me lleva a elegir aquellos aparatos que empezaron a habitar nuestros hogares en la era previa a la digitalización masiva y al uso de los leds, lo que me llevó a generar una arqueología de los media.
Uno de mis principios consiste en convertir los aparatos en objetos exhibibles, evitando la idea del espectáculo para denunciar el poder que ejercen los medios visuales artificiales que siguen el patrón del ilusionista al esconder los mecanismos mediante los cuales se produce una imagen mágica.


mi casa, mi SEGUNDO cuerpo
La luz y el calor definen el hogar. Concebido para protegernos no obstante es el lugar donde nace la disfunción del sujeto moderno, donde empieza a vivir el fantasma de la separación de su verdadero lugar de nacimiento, el cosmos, hasta que crezca y se percate que su universo está hecho a imagen y semejanza de sí mismo.
Vemos lo que proyectamos, y estos trabajos son ejercicios para despertar la percepción del espacio psicológico que nos conforma, ese otro cuerpo que envuelve al cuerpo, sobretodo durante nuestra infancia: el hogar.
Decido de-construir una vivienda familiar para reconstruir la casa del yo, ese espacio donde converge la relación con uno mismo a través de los otros, los espectadores que habitan mis instalaciones y se ven abocados a unir sus fragmentos, como en el mito de Isis cuando logra unir los fragmentos desperdigados del cuerpo de su amado Osiris añadiendo algo más que no pudo recoger allá fuera sino que nació de su interior: su amor.
En cada habitación investigo aquella zona de mi cuerpo que se involucra en esa estancia: en el lavabo nos recluimos para elaborar la imagen que deseamos que los otros vean, es el espacio del desecho, del traje. En el comedor domina una figura materna relegada a los cuidados y la nutrición de la familia. Su sombra amenazante nos habla de la imagen que los niños se forman del mundo adulto, de la fachada, de la reclusión en un concepto obsoleto de familia. En el salón recreo las relaciones de amor y complicidad, contenedores de vino, la leche y el jabón son los personajes de una novela de amor. En la cocina aparece la rutina, el calendario, una crítica a la perfección del minimalismo.

“Para la mente el espacio y el tiempo son, por así decirlo, “elásticos” y pueden reducirse casi hasta un punto de fuga, como si dependieran de las condiciones psíquicas y no existieran en sí mismos, siendo solamente un “postulado” de la mente consciente. En la concepción original del mundo que tenía el hombre, tal y como la encontramos en los pueblos primitivos, el espacio y el tiempo tienen una existencia precaria. Se convirtieron en conceptos “fijos” solamente en el transcurso de su evolución mental, gracias en gran parte a la introducción del sistema de medidas. El espacio y el tiempo, en sí mismos, no son nada. Son conceptos objetivados nacidos de la actividad analítica de la mente consciente y constituyen las coordenadas indispensables para la descripción de los cuerpos en movimiento.(…) Su relativización mediante las condiciones psíquicas (…) se presenta a sí misma cuando la psiquis observa no a cuerpos externos, sino a sí misma…”
C.G.Jung: Sincronicidad,
Uno de los principio bajo los cuales diseñé mis instalaciones es la no producción de objetos artificiales. Reutilizo enseres domésticos de uso diario, muchos de ellos productos industriales y desechables, y los coloco estratégicamente bajo los focos para que podamos verlos de nuevo bajo otro prisma. Los animo dotándolos de significados, los convierto en personajes de una ficción vivida por la mayoría tras las cortinas de nuestro consciente. Los necesito para poder visualizar los recorridos invisibles que hace la luz, sin ellos no la veríamos. Son impersonales para que así podemos depositar en ellos nuestras imágenes internas, las que conforman nuestras casas interiores, vivencias ligadas a las cosas que todos poseemos y conforman nuestra cultura pues las cultivamos, y forman parte de la esfera de los cuidados, la gran olvidada en nuestra sociedad.
Quiero que mi arte llegue a mucha gente y por ello decido trabajar con la simplicidad del día a día. Como hija de una recién estrenada democracia quise modelar un lenguaje para el disfrute de la ciudadanía y que no requiriera pautas aprendidas, meta-lenguajes, conceptos exento de sentimiento, de piel, comprometida en el despertar de nuestros mecanismos perceptivos con los cuales poseemos lo que vemos, todos somos artistas. No quise hacer diferencia entre el objeto caduco y la tecnología que a irrumpido en nuestra vida cotidiana para recordarnos que las cosas tienen vida, pues en ellas proyectamos nuestras carencias y alegrías y pasan a ser un alfabeto oculto de nuestra psique nocturna, nuestro inconsciente que oculta las paredes que delimitan nuestro mundo.
No manufacturo, reubico, y dejo al descubierto los mecanismos que procuran las sombras, solapadas, magnificadas, fragmentadas o sesgadas, pongo al alcance del espectador el dispositivo, el truco que tradicionalmente el artista escondía y guardaba para sí, un secreto que le daba poder a su firma. De este modo el público deshace los pasos, los actos que han tenido lugar sin su presencia, ante ella disposición aparentemente azarosa descubre un orden y una causa, descubre los lazos invisibles que unen las cosas creando significados. Las sincronicidades articulan nuestros pasos por la vida, son casualidades significativas, son luces que nos guían en la oscuridad del día que nos habita.