“… Del mismo modo que de nuestro propio cuerpo no podemos ver más que una parte, pues hay zonas que no podemos ver (los ojos, la cara, la espalda, etc.) y para contemplarlas necesitamos del reflejo de un espejo, también para nuestra mente padecemos una ceguera parcial y sólo podemos reconocer la parte que nos es invisible (la sombra) a través de su proyección y reflejo en el llamado entorno o mundo exterior…
La sombra produce la enfermedad, y el encararse con la sombra cura… Un síntoma siempre es una parte de sombra que se ha introducido en la materia… Por lo tanto, el síntoma completa al hombre, es el sucedáneo físico de aquello que falta en el alma.»
T. Dethlefsen y R. Dalhke: La enfermedad como camino
¿Mi esencia en una botella?
Apariencias da nombre al conjunto de instalaciones lumínicas y fotografías que recrean las estancias de una casa. En cada habitación investigo aquella zona del cuerpo que se proyecta en ella. El espectador se siente empujado, como en el mito de Isis, a reunir los fragmentos desperdigados de su amado Osiris añadiendo una parte que que no encuentra allá fuera y debe producir en su interior, eso es el amor, la luz y el calor que definen el hogar.
El salón, escenas de una relación:
El amor es más dulce que el vino, 1992
Son tres salas idénticas con los mismos elementos dispuestos de forma distinta en cada una. La tres frases escritas en sus paredes nos inducen a interpretar que estamos ante tres momentos congelados en el tiempo, los estadios progresivos de una relación amorosa protagonizada por dos vasos vino, botellas de leche y jabón.
La ubicación y movimiento de las sombras parecen contradecir la disposición de los objetos en el suelo. Como detectives en busca del discurrir lineal de los acontecimientos, dibujamos en nuestra mente los recorridos invisibles de los haces de luz que los fragmenta, multiplica y disloca en la pared. Y nos preguntamos ¿cuál de las escenas es más objetiva? ¿la escena objetual o la proyectada?
¿Soy yo ese vaso que baila?
Los enseres domésticos son los personajes de una ficción, resortes que activan en nosotros aquellas memorias ocultas tras las cortinas de lo aparente. Sin ellos no serían visibles los recorridos del haz de luz, y son impersonales para que podamos depositar en ellos nuestras imágenes internas.
La iluminación no se consigue creando figuras de luz, sino haciendo consciente tu oscuridad» C.G Jung
Un espacio de reclusión para remembrar el cuerpo:
Estantería para un Lavabo de Hospital, 1992
Nos recluimos en el lavabo para elaborar la imagen que deseamos entregar al otro. Es el espacio de la máscara, un espacio de reclusión donde observar los deshechos inevitables que nos produce la búsqueda de autenticidad para que cuadre con nuestro personaje.
La disposición de estos objetos toma sentido solamente cuando observamos el recorrido del único haz de luz que los atraviesa. ¿Acaso estamos ante la metáfora de un cuerpo humano? Primero incide en su cabeza (el armario repleto de medicinas), discurre por la espalda (estanterias), se expande en las extremidades (prótesis que sostienen la manga y el pantalón) y termina en un orinal. La luz, que viaja siempre en línea recta y atraviesa el mundo material, es aquí metáfora de la energía que circula en nosotros y es la única capaz de unir las partes que nuestra mente ve aisladas y separadas del yo.
La cocina, la limpieza y su rutina:
Cocina, 1992
La proyección de luz proviene de una película en blanco que ha medida que se va desgastando proyecta polvo y rasgaduras. Imita un tendedero donde los trapos de limpieza y de cocina de diversos tamaños proyectan sus sombras a idéntico tamaño. Una obra crítica respecto a la ilusión de perfección que nos transmite el Arte minimalista.
Los cuidados y la vigilancia, el peso de la tradición:
El Comedor: Miedo a la Madre (1993)
La proyección de la figura materna a partir de un envase domina la estancia destinada a los cuidados y nutrición de la familia. Su sombra amenazante nos habla de la imagen que los niños se forman de un mundo adulto que les impone, el difícil encaje en unos roles que preserven un concepto obsoleto de unidad familiar.
Mis principios éco-estéticos
Desde 1990 me propuse hacer visible la luz, sin embargo el uso de la luz artificial me lleva a incorporar los aparatos que empezaban a formar parte de nuestros paisajes domésticos. En la era previa a la digitalización masiva y al uso de los led, me encontré generando una arqueología de los media.
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- reutilizar objetos o materiales pre-existentes, no fabricar artificialmente
- no usar objetos personales, sino genéricos o de producción masiva
- no esconder los mecanismos que me permiten proyectar luz, la tecnología se incorpora dentro de la escenografía
- no maquillar añadiendo música ni colorear la luz
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Pero.. ¿por qué? y ¿para qué?
Las instalaciones que forman Apariencias pudieron verse reunidas por primera vez en Witte de With (Rotterdam, 2000) y en la Fundació A. Tàpies (Barcelona, 2001), antes sólo se habían sido mostrado por separado en numerosas exposiciones Bienales y colectivas internacionales. Posteriormente algunas se exhibieron en Dependencias, Museo Reina Sofía (Madrid, 2009).
La casa de mi infancia
Es necesario de-construir la vivencia familiar para reconstruir la casa del yo. Concebidos para protegernos, nuestros hogares somatizan patrones culturales heredados, valores consensuados, memorias involutivas. Su actual formato, la forma en que quedan distribuidas sus estancias en función de las necesidades de una familia, produce una disfunción en el sujeto moderno. Es en la casa donde el infante empieza a vivir el fantasma de la separación de su verdadero lugar de nacimiento: el cosmos, hasta que crece y se percata que su universo está hecho a imagen y semejanza de sí mismo.
Lo personal es político
Quiero que mi arte llegue a mucha gente y por ello decido trabajar con la simplicidad del día a día. Como hija de una recién estrenada democracia quise modelar un lenguaje para el disfrute de la ciudadanía y que no requiriera pautas aprendidas, meta-lenguajes, conceptos exentos de sentimiento, de piel. Comprometida en el despertar de nuestros mecanismos perceptivos con los cuales poseemos lo que vemos ¡todos somos artistas! No quise hacer diferencia entre el objeto caduco y la tecnología que a irrumpido en nuestra vida cotidiana para recordarnos que todas las cosas tienen vida propia, pues en ellas proyectamos nuestras carencias y alegrías y pasan a ser un alfabeto oculto de nuestra psique que debemos investigar y reconocer.
¿El azar existe?
No manufacturo, reubico, y dejo al descubierto los mecanismos que procuran las sombras, solapadas, magnificadas, fragmentadas o sesgadas, pongo al alcance del espectador el dispositivo, el truco que tradicionalmente el artista escondía y guardaba para sí, un secreto que le daba poder a su firma ante el mercado del Arte. De este modo el público participa, deshace los pasos, los actos que han tenido lugar sin su presencia, ante la disposición aparentemente azarosa descubre un orden y una causa, descubre los lazos invisibles que unen las cosas creando significados. Las sincronicidades articulan nuestros pasos por la vida, son casualidades significativas, son luces que nos guían en la oscuridad de esa parte que desconocemos de nosotros mismos.