Fregaban arrodilladas ante las sombras de sus antepasadas, así convertían su casa en su templo.
Somos parte de un rosario que se rompió
Esparcidos por el suelo en una iglesia vacía, vemos productos de limpieza colocados encima de libros y bayetas, entre proyectores de luz. A medida que entramos, aparecen sus enormes siluetas encajadas en cada una de las capillas laterales. Nos recuerdan las figuras de los santos que suelen ocuparlas. Representan aquellos arquetipos femeninos que la Iglesia ha propiciado, o bien ha considerado tóxicos o peligrosos: la seductora, la hada o maga, la madre devoradora de su semilla y la protectora de la familia. Estas sombras son parte de un sistema de signos, las letras que faltan al abecedario del principio femenino del ser.
Documentación Fundació Tàpies (Barcelona, 2001)
Ver lo grande en lo pequeño despierta del sueño
Todo nos lleva a creer que una obra es el resultado de un proceso que no se nos muestra, es privada y se nos oculta. Así se nos manipula, del mismo modo que se nos proporcionan herramientas diseñadas para que logremos ciertos resultados, para controlarnos. Estas obras no pueden reducirse a unas sombras proyectadas en la pared, ya que como espectador estas formando parte de un dispositivo abierto que te invita a recrear lo sucedido, que te dice: hazlo tu mismo. Ahí tienes los proyectores, los cables y enchufes, todos los elementos quedan a la vista y forman parte de ese resultado.
La devoción, maravillarse ante algo, ante el milagro, forma parte del programa de sometimiento dictaminado por las religiones. Mira esos envases, están colocados encima de libros. Es un gesto simbólico, pues por encima de los conocimientos están los cuidados, el cuerpo, la base real del conocimiento. Cuando la Iglesia antepone la iluminación a la materia y al cuerpo, que considera sucio y potencialmente erróneo, está negando la polaridad femenina, magnética, sin la cual la vibración eléctrica, la masculina, no puede transformar, no puede iluminar.
El origen de nuestros envases: las vasijas matriciales
El carácter de la transformación espiritual es más evidente en relación con las sustancias tóxicas, venenos y medicinas. La sensación de que el hombre se transforma al absorberlos es una de sus experiencias más profundas. Sin embargo, resulta significativo que esa transformación no se experimente como algo corporal sino espiritual. La enfermedad y el envenenamiento, la embriaguez y la cura son procesos psíquicos que toda la humanidad asocia a un principio espiritual invisible, gracias a cuya acción cambia la personalidad…
Estos jabones envasados son como cálices llenos de sustancias tóxicas habitando un espacio consagrado a la limpieza interna del ser 😉 La pena de no conocer en directo una de mis instalaciones es que te pierdes su ironía, pues en las fotos todo parece más sombrío, ya que en un espacio en penumbra, el ojo se adapta y la oscuridad desaparece, entonces la magia de la luz nos toca con más facilidad.
El uso de las vasijas como contenedores de las sustancias vitales para la supervivencia de la comunidad, o como envases de las cenizas de sus muertos, se remonta a los tiempos del matriarcado. Eran las mujeres quienes las fabricaban y administraban. El mercado ha globalizado infinitas versiones del mismo envase, formas actualizadas de aquellas antiguas vasijas. Su producción masiva es la antítesis del objeto artístico, las desechamos, las escondemos y despreciamos, y las relegamos a uno de los ámbitos socialmente más infravalorados, el espacio de los cuidados.
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